Muchos son los orígenes que se han atribuido al Tarot: egipcios, judíos, masones e incluso cristianos (por la mención a figuras como el Papa, el Diablo, etc.). Incluso se le ha relacionado con la alquimia.
No obstante, no hay evidencias ciertas que vinculen el Tarot con esos orígenes. Hasta la aparición del Tarot de Marsella no existen antecendentes documentados. Es a partir de dicho Tarot cuando esotéricos como E. Levy, Gebelin y Eteilla realizan adaptaciones conforme a su intuición destacando la relación de los arcanos mayores con algunas de las 22 letras del alfabeto hebreo. Adicionalmente, menosprecian de alguna forma los arcanos menores.
No es hasta hace un par de siglos que Arthur Edwards Waite, de la Orden Hermética Golden Dawn cuando se rescata la interpretación original dando un nuevo significado a todos los arcanos mayores.
Posteriormente, Aleister Crowley, de la Orden del Templo de Oriente, modifica de nuevo el Orden y significado de las barajas, eliminando las sotas y conviertiendo a los caballeros en príncipes y princesas.
Se inaugura así una etapa en la que cada experto adaptaba el Tarot a su propio estilo y convicciones, afectando la universalidad de este recurso y quitándole fuerza como método de adivinación.
Por otro lado, unos pocos mantuvieron la originalidad del Tarot de Marsella, precursor del Tarot español, lo que ha permitido rescatar sus enseñanzas y significado iniciales.
Si bien el Tarot sigue siendo una técnica quiromántica mutable y progresista, se impone mantener algunos principios básicos en su interpretación para evitar que se convierta en un mero juego y divertimento, sin contacto real con la adivinación del futuro, que ha sido su finalidad principal.